JÁNOVAS, QUE 30 AÑOS NO ES NADA


En el año 1984 Emilio y Francisca, últimos vecinos de Jánovas, abandonaron su pueblo un frío 20 de enero.

Así podría verse hoy la Ribera de Jánovas
Siempre habían vivido con la amenaza. Se había hablado del pantano desde tiempos de sus abuelos, pero otros valles del Pirineo más atractivos para la voracidad hidráulica desviaron la atención de la cuenca del río Ara.
Hasta 1951. Iberduero recibió la concesión y diez años después comenzaron las expropiaciones en los pueblos y tierras de la cuenca media del río. Diecisiete en total.  En Jánovas 150 familias.
Desde entonces la resistencia fue tenaz durante más de veinte años, a pesar de las magras indemnizaciones,  de la incertidumbre permanente, del abandono de muchos, del  derribo de las casas, el destrozo de los sembrados, el desalojo de la escuela, la creciente soledad, el corte final de la luz y el agua. Las gentes del Pirineo están acostumbradas a irse pero no a que los echen.
Pero el 20 de febrero de 1984 hacía demasiado frío en casa  de Emilio Garcés.
Pasaron otros veinte años, el pantano nunca se hizo y el  proyecto se abandonó por inviable. Tanto sufrimiento resultó desesperadamente inútil. Y nadie ha asumido responsabilidades.
Hoy es comienzo del verano de 2014 y, como tantas veces desde que me fui, vuelvo desde el Cantábrico húmedo al soleado Pirineo de mi infancia en el valle del Ésera, domeñado desde hace mucho por pantanos, desde Barasona hasta Paso Nuevo. Está muy lejos pero algo menos ahora por el atajo del túnel de Petralba, entre Sabiñánigo y Ainsa.
Desde Fiscal  he seguido el espléndido curso del Ara, el único río importante de la cordillera que aún permanece virgen.  Pero Jánovas y su Ribera siguen devorados por las zarzas.
Un cartel, en el desvío desde la carretera general al pueblo, reclama la restitución a sus antiguos habitantes.
Y por fin en eso se está desde el pasado invierno. Algunos que eran niños cuando se derribó su escuela, o ya sus hijos, tratan de levantar de nuevo sus casas.
Pasará mucho tiempo. El que haga falta; porque las gentes del Pirineo estamos acostumbrados  a irnos pero también a volver.  Es lo que tiene ser “chen del país” (gente de la tierra).

Al pasar por el congosto de Jánovas, donde debía levantarse la presa, las aguas del Ara siguen rompiendo el anticlinal de Boltaña  y sus gigantescos estratos proyectados hacia el cielo desde eras geológicas nos recuerdan que tiempo es lo que a estas montañas les sobra.

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