EL SEXO DE LAS MONTAÑAS

Pico Anayet desde el Vértice


¿Cómo que las montañas no tienen sexo?
Desde que se escalan, las vírgenes han sido las más apetecidas. Ya no quedan muchas. Ahora se buscan nuevas vías, lo que tiene poco que ver con aquel primer y torpe fornicio y más con el refinamiento del arte amatorio. Algo hemos avanzado.

No voy a marear la perdiz con disquisiciones semánticas sobre la montaña o el monte. Me centraré en lo puramente formal y por tanto tangible.
Para quienes subimos montañas hay dos perfiles que representan las mejores síntesis de nuestros objetivos y que quienes no las suben dibujarían del mismo modo porque forman parte de nuestra memoria colectiva:
  1. Una sucesión de dientes de sierra, que resume cualquier alineación montañosa y que muchas veces lleva ese mismo nombre: Sierra Nevada, Sierra de Gredos, Montserrat (por aquello de contentar a todos).
  2. Un cono aislado que enseguida sugiere la fisonomía de cualquier volcán: por ejemplo el del Teide (máxima altura de España –o del estado-).

Personalmente tengo una especial predilección por los volcanes. Sin pretenderlo, y ahora que lo pienso, he subido a muchos en lugares muy remotos, desde el volcán Pico en Azores en mitad del océano al Bertrand en la puna andina de Atacama.
Quiero pensar que es porque, mejor que los picos cordilleranos, los volcanes representan en su aislamiento, el señorío sobre las bajas tierras del entorno: tienen buenas vistas; no deben compartir protagonismo con otros similares y próximos que, cuando menos, entorpecen la visión.
Sin embargo, dice mi psicoanalista que es porque, frente al pico prominente, sólido y evidentemente fálico, el volcán, en la vacuidad magmática de su cráter representa en mi subconsciente la conexión vaginal con las entrañas de la Tierra.

Por mi experiencia debería matizar este diagnóstico.
La ascensión de los volcanes suele hacerse sobre pendientes de derrubios en el límite del equilibrio, que con notable esfuerzo nos llevan hasta el borde del cráter para comprobar que la cumbre, o máxima altura, está justo al otro lado. Lo que no es muy problemático si se trata de un volcanito como el redundante Vulcano (islas Eolias, Sicilia) pero que puede comerte la moral si es una caldera de muchos kilómetros como la del lnca Pillo en el macizo del Pissis (Andes argentinos). En cualquier caso, la gran oquedad puede que sugiera lo que mi terapeuta pretende.
Y hay volcanes que no la tienen. Y frecuentemente es así porque, en su gran altura, se cubren con un casquete glaciar que oculta púdicamente su desnudez. En estos casos uno llega arriba y, con frecuencia, la sorpresa es grande porque no sabe a dónde ir para alcanzar la cumbre, porque toda ella es más grande y llana que un campo de futbol. Pasa en el bíblico Ararat donde aún se busca el Arca entre los hielos de su cima, en el Snaefells de Viaje al Centro de la Tierra que tiene su boca taponada y Verne no lo sabía, y en el boliviano Sajama donde se ha llegado a disputar un partido de fútbol de altura. En todo caso, este blanco velo no haría sino añadir un toque de recato al femenino volcán.
Pero hay más, le he dicho a mi loquero, -lo que lejos de aclarar mis motivos para subir volcanes los complica- hay algunos volcanes que se han transmutado de vaginas en penes enhiestos, erectos. La mayoría de las veces, cuando los subimos ni nos damos cuenta de ello, lo que requiere una explicación para que lo que se haga sea con conocimiento de causa:

El vulcanismo se remonta a tiempos geológicos muy remotos. Fue muy activo en la orogenia Herciniana hace unos 300 millones de años y por ello muchos de sus volcanes han sido arrumbados por la posterior orogenia Alpina. Pero algunos no sólo han resistido sino que han sido levantados sobre nuevas cordilleras. Pero al tiempo que la erosión desmantelaba su característico cono volcánico, quedaba el magma solidificado de su chimenea volcánica al aire como un gran pitón rocoso proyectado al cielo pidiendo escálame.
Han sido necesarios millones de años, pero al final ha terminado pasando, han cambiado de sexo. Es el caso del atractivo monte Kenia, la segunda altura de África, del más modesto Siroua en el Anti Atlas a las puertas del Sáhara, y de nuestro conocido Pic Midi d´Ossau en los Pirineos centrales.
¿Cómo distinguir estas agujas, que no lo son y que son volcanes, aunque no lo parecen? ¿Cómo saber que estás sobre un volcán transexual? Por el tacto. Sí, por las duras rocas ígneas que los configuran: las riolitas, los basaltos.

El Midi desde los ibones de Anayet
El pasado fin de semana, antes de que comenzaran a caer las primeras nieves en el Pirineo y estas sutilezas geológicas queden temporalmente ocultas, subí al pico Anayet. Sólo tiene 2.574 m. de altura, algo menos que su vecino el Midi, pero como éste esbelto y de andesita, otra roca volcánica. Casi un centenar de personas subimos ese día a la cumbre. La inmensa mayoría desconocían la identidad sexual de esta montaña.

Sí, me gusta subir volcanes; será por su componente sexual aunque éste sea equívoco. Por eso en una semana más marcho a la Patagonia, en pleno Cinturón de Fuego del Pacífico, donde los Andes están salpicados de volcanes. El Lanín merecerá la pena y yo sé a qué categoría pertenece.

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