LEVADAS DE MADEIRA

Caminando por la curva de nivel

Caldeirâo Verde

De entrada resulta extraño que una isla tan pequeña en pleno Atlántico que solo tiene 57 kilómetros de largo (Ibiza es mayor) reúna más de dos mil kilómetros de senderos señalizados. Pero todavía más que sean auténticos recorridos de montaña, porque aquí la montaña arranca desde el mar (incluso desde más abajo, como en todas las islas volcánicas) y, aunque su cota más alta, el monte Ruivo, solo alcanza los 1862 metros son muchos cuando desde el primero van todos uno encima del otro.
Pero lo verdaderamente sorprendente es que la mayoría de estos recorridos que surcan la intrincada y boscosa geografía de Madeira son completamente llanos, horizontales, pegados a la misma curva de nivel. Unas veces colgados sobre precipicios de vértigo, otras bajo tierra!: son las levadas.
En su origen no se hicieron para ser transitadas y mucho menos para llegar a las cumbres. Pero hoy son el mayor atractivo de la isla para quienes gustan de adentrarse en los últimos rincones de esta naturaleza propia de Parque Jurásico…: la lluvia, las brumas, el abismo, las lagunas, las cascadas, el mar, las montañas, la laurisilva… pero sin dinosaurios.

Al poco de su descubrimiento en el siglo XV, y como escala en su búsqueda de un camino que bordeara África camino de la India, los portugueses la poblaron y dedicaron al cultivo primero de caña de azúcar, después de vino y finalmente de plátanos; sobre todo en su ladera sur, soleada, con buenas tierras y protegida de los vientos… pero escasa de agua. Mientras, en la más abrupta ladera norte los vientos alisios descargaban abundantes lluvias que rápidamente se perdían en el mar.
Por ello, desde el siglo XVI se empezó a construir una compleja red de acequias de riego que captaban el agua en el norte húmedo y la llevaban al soleado sur, porque eso significa levada, llevada de agua. Durante siglos se han ido añadiendo kilómetros y kilómetros hasta sumar hoy más de mil que, además de para el riego, también se utilizan para abastecer algunos saltos hidroeléctricos.
Son canalizaciones excavadas unas en las roca viva, otras construidas en piedra, en hormigón las últimas; de una anchura de apenas un palmo muchas y menos de un metro las mayores. Pero todas perfectamente transitables por un senderito de mantenimiento a su lado o, si no cabe, simplemente sobre el murete de la levada, el que en muchas ocasiones vuela sobre el vacío. Las más transitadas tienen protecciones en los lugares más expuestos. Muchas requieren equilibrio y poco viento. Y en todos los casos asumir que te vas a mojar al pasar bajo las cascadas y caídas de agua. Estos caminos constituyen hoy uno de los escenarios más originales del mundo para el senderismo de montaña.
Para rematar su originalidad, la horizontalidad por la que discurre el agua en terreno tan accidentado obliga a recorridos muy sinuosos que hacen que el paisaje cambie a cada revuelta, pero con frecuencia también obliga a buscar otras vertientes de la única forma posible: horadando la montaña con túneles, algunos de varios kilómetros pero siempre con su sendero al lado.
Por todo esto en el atuendo del excursionista no debe faltan nunca ni el chubasquero ni la linterna.
Los nombres de alguno de estos recorridos son suficientemente sugerentes: Caldeirâo Verde, Lagoa do Vento, Caldeirâo do Inferno, 25 Fontes, Fajâ da Nogueira…
No es ésta una forma habitual de hacer montaña pero si admitimos que nuestra afición debe tener siempre un punto de descubrimiento, las levadas de Madeira son todo un hallazgo.


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