EL CERVINO DESDE EL OTRO LADO


 
Foto histórica en la arista del Leone por encima de la antigua cabaña Luis Amadeo

El 14 de julio de 1865, ahora hace 150 años, Edward Whymper y sus improvisados compañeros alcanzaron por primera vez la cumbre del Matterhorn por la arista de Hörnli; una ruta apenas intentada antes por su apariencia inaccesible vista desde Zermatt y a la que el inglés se enfrentó esta vez sin la ayuda de su guía habitual, el italiano Jean-Antoine Carrel. La gloria.
El descenso es de sobra conocido por la muerte de cuatro miembros de la cordada y el subsiguiente proceso judicial que se instruyó contra Whymper en relación a la cuerda que se rompió. La tragedia.
Hasta aquí la efeméride que todos los medios han celebrado.

Matterhorn-Cervino, divisoria Suiza-Italia y las cuatro aristas
La geografía aclara algunas cosas…
No hay otro perfil de montaña más universalmente conocido que el del Cervino. Aunque esto no es del todo cierto, porque ese perfil solo se ve desde Zermatt y allí la montaña se llama Matterhorn. Es decir, aunque nosotros usemos corrientemente la denominación italiana, la más bella imagen de la montaña es suiza.
Sus cuatro aristas (Hörnli, Zmutt, Leone y Furggen) confluyen a 4.473 m. de altura en plena divisoria de aguas de la cordillera, sobresaliendo más de mil metros sobre los collados circundantes, en la frontera entre el valle de Mattertal al norte y el de Valtournenche al sur.
Pero las simetrías geológicas ya no coinciden con las políticas: dos aristas (Hörnli y Zmutt) y tres caras de la pirámide (oeste, norte y este) son suizas; únicamente la cara sur es completamente italiana, porque las aristas que la delimitan (Furggen y Leone/Lion) son compartidas. Es decir, puestos a cuantificar hay más Matterhorn que Cervino.

… y la historia aclara otras.
En los años sesenta del siglo XIX, cuando se conquistó la montaña, Suiza era un estado consolidado, más por su reconocida neutralidad internacional desde las guerras napoleónicas que por su uniformidad nacional en nada favorecida por la orografía. No precisaba de símbolos que reafirmaran esta unidad diversa porque cada suizo lo era de su cantón y de su valle, así hablaran alemán, francés, italiano o romanche.
Sin embargo, su vecino del sur, en plena efervescencia nacionalista (Il Risorgimento), por entonces aún no era Italia. El reino de Piamonte-Cerdeña había conseguido aglutinar a buena parte de los italianos en un reino de Italia incompleto con capital en Turín, porque Venecia, Trentino, Istria y otros “territorios irredentos” seguían en manos del imperio austro-húngaro y Roma en las del Papa.
Piamonte (aquí, en los Pirineos, diríamos Somontano) al pie de los Alpes en el alto Po, el reino motor de la unificación, tenía sus límites geográficos bien marcados por el arco occidental de la cordillera alpina desde que cedió a Francia los territorios de Saboya al otro lado de los montes. Para reafirmar esta frontera se promovieron desde la política la exploración y la conquista de sus cimas. El Cervino era la última de las grandes que quedaba. A ese empeño se dedicaron del rey abajo, todos.

Víctor Manuel II encabezó el proceso unificador desde su corte turinesa. Había apostado por un liberalismo moderado que preservase la monarquía, descartando el republicanismo democrático de Garibaldi y el reaccionario proyecto confederal del abate Gioberti. El que sabe nadar entre dos aguas suele mantenerse a flote.
En 1860 estaba claro que la frontera norte del nuevo país iban a ser los Alpes, pero habría que esperar seis años para arrebatar el Véneto (Alpes Julianos) a los austriacos y aún cincuenta más para el Trentino-Alto Adigio (Dolomitas).
La casa de Saboya no era indiferente al horizonte montañoso de su país originario como frontera política y tampoco como espacio de aventura.

Cabaña Luis Amadeo de Saboya (1905) en la arista del Leone
En relación a lo primero es evidente el determinismo geográfico de la nación italiana perfectamente delimitada por la península itálica, sus islas (la Córcega francesa es la anomalía) y la llanura padana cerrada por los Alpes, lo que es una gran ventaja en relación a otras “naciones abiertas” como, en esos mismos momentos, es Alemania, también inmersa en su propia unificación pero que, en plena llanura centroeuropea y sin límites geográficos claros presenta tendencias expansivas sobre sus vecinos que aseguren su territorio.
En relación a lo segundo, fue durante este reinado cuando se fundó el Club Alpino Italiano (CAI) a imitación del suizo (SAC) y que, como otros (el alemán -DAV- o el catalán -CEC-), no estaba exento de cierta carga nacionalista.
Hay que recordar al nieto del rey (hijo de Amadeo I) Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzzos, gran explorador y montañero.
Hoy el refugio del Gran Paradiso lleva el nombre de Vittorio Emanuele II y el de la vertiente italiana del Cervino el de Duca degli Abruzzi (hay otro más en el Gran Sasso, Apeninos).

Refugio Quintino Sella en el macizo del monte Rosa
Quintino Sella, también piamontés del valle de Aosta, fue ministro de hacienda de varios gobiernos por aquellos años difíciles: el proceso unificador estaba estancado y las medidas de austeridad y equilibrio presupuestario (¿suena?) apagaban el entusiasmo de los italianos respecto al gobierno de Turín.
Sella, que también era alpinista, conocía perfectamente el carácter vertebrador de las montañas. Por ello impulsó su conocimiento (cofundador del CAI en 1863) y su conquista: siendo ministro del gobierno La Marmora (1864-65) decidió mover los hilos para que la conquista del Cervino no la protagonizase un inglés (Whymper) guiado por un italiano (Carrel) desde el lado suizo (Zermatt). ¡Que fracaso para Italia!
Hoy varios refugios en la zona llevan el nombre de Quintino Sella, en el Gran Paradiso, en el monte Viso y en el monte Rosa.

El Cervino desde Breuil (grabado del s. XIX)
Felice Giordano será el hombre del ministro en la montaña. Amigo de Sella y cofundador del CAI era un buen conocedor de las gentes de la Valtournenche y en concreto del guía Carrel que desde 1857 intentaba ascender la montaña por propia iniciativa o guiando a otros, sobre todo a Whymper. En el verano de 1864 ya preparó una expedición italiana que no pudo materializarse. Al año siguiente se prepararía otra, si no era demasiado tarde.
Hoy, en el torreón final de la cresta del Leone, una gran escalera lleva el nombre de scala Giordano, justo por donde el ingeniero abrió una ruta más directa a la cumbre en 1867.

Retrato de estudio de Jean-Antoine Carrel
Jean-Antoine Carrel es sin duda el hombre del Cervino. Nacido en 1929 en Crétaz, Valtournenche, se le conocía como “il bersagliere” (el francotirador). El cuerpo de los bersagliere del ejército piamontés había sido fundado por el general de La Marmora (ahora presidente del gobierno) en 1836 y en él estuvo enrolado Carrel hasta 1857, año en que se licenció y de vuelta a su valle se convirtió en cazador y guía. De inmediato comenzó su obsesión por la montaña y los primeros intentos por escalarla. Pero al poco, la guerra austro-piamontesa de 1959, con la que arrancaba la definitiva unificación italiana, y su ferviente nacionalismo le obligaron a volver a filas.
Un año después ya estaba de vuelta y con renovados ánimos. La primera ascensión de la montaña imposible no sólo reportaría gloria a la naciente Italia sino a él importantes beneficios personales: de conseguirlo por el lado italiano atraería a su valle al turismo de montaña y le confirmaría como guía. Pero había que darse prisa porque otros ya lo estaban intentando por la otra vertiente.
En agosto de 1861 coincidió por primera vez en Breuil con Whymper. Aunque la admiración siempre fue mutua, enseguida pudo verse el choque de protagonismos. Con él o en ocasiones con otros clientes hará diez intentos fallidos a la montaña. El de 1862 refleja su personalidad de líder orgulloso y sus recelos para con los extranjeros. Acompañaba como porteador a Tyndall, que llevaba dos guías suizos, y alcanzaron la antecima que hoy lleva ese nombre. Los doscientos metros restantes parecían infranqueables. El irlandés le consultó sobre el camino a seguir; y la respuesta fue, a más de 4.000 metros: “pregunte a sus guías, señor, yo no soy más que un porteador”.
A 3.830 metros de altura, el pequeño refugio Carrel facilita hoy la ascensión por esa arista suroeste.

Julio de 1865 en la arista del Leone
(o del Lion, que en Valtournenche se hablaba francés).
El jueves 13 había partido del hotel Monte Rosa de Zermatt el numeroso y heterogéneo grupo de Whymper. No había podido contratar a Carrel como en otras ocasiones porque éste, según le dijo, ya se había comprometido para guiar “a una distinguida familia”, que resultó ser la gente del CAI y del gobierno italiano representados por el ingeniero Felice Giordano.
Ese mismo día, Carrel, acompañado de Amé Gorret y Jean-Joseph Maquignaz, también ha salido de Breuil. En el hotel Giomin, Felice Giordano esperará el desenlace.
El 14 de julio, en el ataque a la cumbre, todos sabemos lo que sucedió.
Pero en Breuil, Giordano vió lo que quería ver. Y envió una precipitada nota a la localidad de Saint-Vincent, a siete horas de camino, para que desde allí se telegrafiara al ministro:
“Querido Quintino… hoy a las 14 horas vi con los prismáticos a Carrel y su equipo en la cumbre del Cervino. Otros también lo vieron conmigo. El éxito parece cierto aunque el mal tiempo ha cubierto la montaña…”
Al día siguiente, sábado 15 de julio, regresó Carrel con la verdad de la derrota. Nuevo telegrama:
“Querido Quintino. Ayer fue un mal día y Whymper terminó superando al desgraciado Carrel en alcanzar la cima…” ¡Pobre Jean-Antoine!
Accidente en la cordada de Whymper. Grabado de Gustave Doré

Nada sabía Giordano de la verdadera desgracia de Whymper que en ese mismo momento llegaba a Zermatt con solo dos compañeros de los seis que le acompañaban al partir. Por eso el ingeniero no quiere abandonar. El tenaz Carrel está dispuesto a volver a subir inmediatamente, pero solo se animó a acompañarle su amigo Amé Gorret. Sin demasiado entusiasmo se sumarán Jean-Baptiste Bich y Jean-Augustin Meynet.
Partirán a la mañana siguiente, domingo 16 de julio. Pero la segunda ascensión que completarán el 17, ya no fue lo mismo; aunque se consiguió por una ruta nueva, es de consolación.
Y como oprobioso detalle final, Carrel debió sortear las últimas dificultades por una vira de la cara oeste para salir a la cima por la arista de Zmutt… todo desde Suiza.

¿Hubiera habido esta rivalidad entre el montañés y el montañero de no haber interferido entre ellos los políticos del llano?
Lo cierto es que desde siempre todas las cordilleras han unido a sus habitantes de un lado y otro: peones, turistas, cazadores, contrabandistas, muleros, guías, porteadores, pastores… hasta que los políticos comienzan a trazar sus fronteras y a izar sus banderas emponzoñando la bonhomía de las gentes; de gentes que jamás tuvieron problema en llamarse Jean-Antoine, Baptiste, Augustin, Charles, y sentirse valdostanos que hablaban en francés antes que italianos.

Carrel continuó con una exitosa carrera de guía en los Alpes y hasta en los lejanos Andes con clientes de numerosas nacionalidades e incluso con el propio Whymper (1880, primera ascensión al Chimborazo, 6.384 m.).
Murió de agotamiento con 62 años bajando del Cervino en plena tormenta después de poner a salvo a sus clientes. Allí, a 2.920 m. camino del Cervino que de este lado es imponente pero no hermoso, irreconocible para todos los que sí identifican su perfil suizo de calendario, “la cruz de Carrel” recuerda al hombre del que el mismo Whymper dijo que era “el más merecedor de haber llegado primero a la cumbre”.

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